Durante los primeros años en los que se tuvo constancia de la enfermedad, los desafortunados afectados por el VIH eran marginados de la sociedad por diversos motivos pero quizás, quepa destacar uno y sea el miedo al contagio. La gente pensaba que la saliva o el mero contacto físico podía traspasar la enfermedad de un individuo a otro cosa que es completamente errónea dado que el VIH únicamente se puede transmitir por contacto sanguíneo- vía parental -, por intercanvio de fluidos sexuales o directamente de madres a hijos durante las últimas semanas del embarazo. Este virus disminuye la cantidad de glóbulos blancos que posee nuestro organismo con tal de defendernos de los agentes infecciosos, de esta manera provoca que el paciente sea muy vulnerable a los microorganismos patógenos que nos rodean a diario. Por desgracia, los tratamientos que existen para el VIH son exclusivamente paliativos, es decir, reducen el ritmo de la enfermedad y permiten que el paciente tenga unas mejores cualidades de vida pero, en ningún caso, eliminan por completo la infección del organismo del sujeto.

Esto no está y probablemente no esté corroborado nunca, pues no es tan sencillo determinar cómo aparece una enfermedad pero, simplemente, debería ser una hipótesis a tener en cuenta.
En ciencia, como casi en todo, vale más ir despacio y por el camino correcto que precipitarse.
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